Pensar lo que nadie ha pensado

Investigar es ver lo que otros también pueden ver y pensar lo que nadie ha pensado.

Hans Krebs

Federico Mayor Zaragoza

Federico Mayor Zaragoza

Directamente observable, a escala orgánica, microscópica (celular), microsomática (genética), molecular… Gracias al fantástico avance de la introspección física, el diagnóstico y la investigación biomédica han mejorado inmensamente en rapidez y precisión en las últimas décadas, permitiendo una gran aceleración en el “paso” habitual del progreso científico.

También la “fijación” de enzimas y la tecnología digital han transformado sustancialmente las características de los laboratorios, sus equipamientos, sus fuentes de información, la comunicación… pero no el proceso mismo del des-cubrimiento, de la hipótesis imaginativa, del nuevo enfoque, porque todo ello sigue dependiendo de la desmesurada facultad que distingue a la especie humana: pensar, innovar, anticiparse, crear.

He tenido ocasión –“confieso que he vivido”, que escribiría Pablo Neruda- de recorrer personalmente o presenciarlas en primera fila, las distintas etapas mencionadas en la bioquímica española. Desde la química biológica, la bioquímica “estática”, y “dinámica” a la genética y biología molecular. Desde las enzimopatías y proteinopatías visibles directamente (alcaptonuria) o en el microscopio (como sucede en la anemia falciforme) a las detectables por análisis clínicos relativamente sencillos o por las más sofisticadas técnicas electrónicas e informáticas.

Pero, siempre, quienes recibían estas informaciones y las transformaban en conocimiento y quizás en esclarecimiento de lo que todavía permanecía oculto, podían  interpretarlas de otro modo, con “otra mirada”, porque la máquina facilita el proceso pero nunca lo culmina.

Hace unos días, en la celebración del 50 aniversario de la SEB –ahora SEBBM- al contemplar el magnífico espectáculo del número de bioquímicos presente (y conocer el de asociados) muchos de ellos jóvenes brillantes, pensaba en los pocos que comenzaron y en la permanencia de los principios básicos e intransitorios de la simpar actividad investigadora.

Y veía esperanzado aquella multitud de mujeres -¡qué maravilla, qué diferencia con los inicios!- y hombres que no sólo auguraba el desarrollo de la ciencia “para evitar o paliar el sufrimiento humano”, sino para situarse en la vanguardia de la defensa de la igual dignidad humana.

Y es que, entre tanto, el confinamiento intelectual y territorial en que vivíamos hace 50 años ha desaparecido y hoy, desligados de cortapisas geográficas, somos ciudadanos del mundo y nada, por distante que parezca –distante, ¿de dónde?- nos es ajeno.

La comunidad científica debe situarse en la vanguardia –“libres y responsables”, como define la Constitución de la UNESCO a los educados- de la sociedad civil que no puede seguir tolerando que el “bien-estar” sea privilegio del 20% de la humanidad que habita en el barrio próspero de la aldea global, ni que se inviertan 4.000 millones de dólares al día en armas y gastos militares al tiempo que mueren de hambre más de 60.000 seres humanos y  centenares de millones viven en la pobreza extrema…

¿Quién se ocupa del entorno ecológico, de la habitabilidad del planeta, especialmente cuando pueden alcanzarse puntos de no retorno? ¿Quién se ocupa en realidad, de la calidad del legado inter-generacional, nuestro compromiso supremo?

Son precisos cambios radicales, impostergables. Y los científicos deben contribuir a ellos en primer lugar. El por-venir está por-hacer. El futuro debe inventarse… y es lógico pensar que en este “nuevo comienzo” intervengan de forma destacada los que están acostumbrados a “pensar lo que nadie ha pensado”.

Federico Mayor Zaragoza

30 de septiembre de 2013